PALABRERÍO | CUESTIONARIO | entrevista | escritora | Literatura

Siete preguntas a la escritora María Lobo

La autora tucumana de El interior afuera y San Miguel, entre otros libros, responde el cuestionario de Infonews sobre sus gustos literarios, rituales de escritura y temas centrales de su obra.

Foto: Juan Pablo Sánchez Noli
Foto: Juan Pablo Sánchez Noli

María Lobo (Tucumán, 1977) es Doctora en Humanidades por la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), donde también ejerce la docencia. Publicó la novela Los planes (Punto de Encuentro) y las colecciones de relatos Santiago (Mulita) y Un pequeño militante del PO (Pirani). Ha dirigido los talleres de narrativa y lectura del Centro Cultural de la UNT, y en 2017 obtuvo la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes por su trabajo en la lectura crítica. También es autora de las novelas El interior afuera (2018) y San Miguel (2022), ambas publicadas por Qeja.

1) ¿Cuál fue el primer libro que te deslumbró y por qué?

Sabés que la palabra “deslumbrar” ha sido desde siempre una idea en la que me detengo: para escribir, para leer, para tomar distancia de las cosas. “Deslumbrar” es una idea muy vinculada a uno de los conceptos más hermosos de la filosofía estética: la fantasmagoría de Walter Benjamin. Qué es deslumbrar. Si una busca en el diccionario, hay una primera acepción: deslumbrar es impedir que alguien momentáneamente vea bien. Una segunda acepción dice, en cambio, que deslumbrar es causar (alguien o algo, o su lujo, esplendor o brillantez) una fuerte impresión en una persona. Sabés que esta segunda acepción es la que usamos como idea imaginaria cuando alguien dice “deslumbrar”, entendemos que lo deslumbrante es lo que nos deja perplejos. Perplejos en un sentido positivo: entendemos como maravillas a esas cosas que nos dejan mudos. Es la segunda acepción la que nos ha atravesado, y no la primera. Porque quizás las personas somos así: elegimos siempre simplificar, no abrir sino cerrar las preguntas. Elegimos quedarnos con lo deslumbrante de la palabra deslumbrar. Porque quizás somos así. Personas a las que nos gusta deslumbrarnos. Pero lo interesante es que la palabra deslumbrar significa, al mismo tiempo, impedir que alguien vea, justamente a causa de esa luz que nos ha obnubilado. Las personas nos deslumbramos a causa de una luz, y esa luz nos impide ver bien. Walter Benjamin pensó mucho en esta capacidad de la luz para impedir la visión. Se detuvo en esas luces tan intensas que nos impiden mirar alrededor. Ese es el concepto de fantasmagoría, que él explicaba usando el efecto físico que se producía en uno de los espectáculos más populares de la Europa del siglo XIX, el teatro fantasmagórico, que era un espectáculo a oscuras: los espectadores se encontraban en una penumbra y el espectáculo teatral sucedía cuando, a partir de una luz que emitía una linterna llamada fantoscopio, los actores eran iluminados en el escenario, mientras todo el resto del teatro permanecía a oscuras. Benjamin veía en ese espectáculo de la fantasmagoría uno de los riesgos del tiempo que empezaba a vivirse: el riesgo de quedar ciegos frente a tanta luz. Veía ahí una diferencia con el concepto de camera obscura del marxismo, que entendía que las personas dejaban de ver a causa de la oscuridad. Para Benjamin, el inicio del siglo XX implicaba lo contrario: él creía que era el exceso de luz lo que, más tarde o más temprano, iba a terminar con nuestra posibilidad de mirar. Veía en la luz la causa de una mirada apurada, efímera, incapaz de detenerse en lo sustancial. Veía en ese exceso de luz la metáfora de los objetos culturales que solo eran mercancía. Yo quisiera que la literatura no se tratara de momentos deslumbrantes o que los libros tengan que deslumbrar.

2) ¿Tenés alguna manía o ritual a la hora de sentarte a escribir?

No para escribir, porque escribo en medio de lo que es mi vida real. La única rutina que considero como tal es la que tengo para ir a nadar. Es una sucesión de obsesiones y métodos: un orden para preparar el bolso, dónde estacionar el auto, un orden también para desvestirme y colocarme todos los dispositivos, el traje de baño, la gorra, las antiparras, los auriculares. Una rutina que también incluye el mismo lugar de siempre para entrar al agua. Es hermoso.

3) ¿Cuáles son los temas o problemáticas que más te interesan abordar como escritora?

Todos los temas que están en esta última novela, San Miguel. Las personas y las formas en que se relacionan las personas, las definiciones de tiempo. La melancolía, las vidas que tienen la forma de una elegía. La música, los libros. Todo eso que aparece en San Miguel. En esta novela me permití la autenticidad, por eso pienso que es un libro autobiográfico: autobiográfico en el sentido de que en esas páginas pude escribir sin pudores acerca de las cosas que me importan. Pero también una escribe para responder a aquello que le molesta: esas molestias también son intereses. Tenés los ojos puestos ahí, tus ojos miran a través de las cosas que te enojan, también. Escribir acerca de las cosas que a una le importan y sobre aquellas otras que nos incomodan da pudor. Por eso, escribir es difícil. Sobre todo, es difícil lo segundo: desnudar cuáles son esas cosas que te enojan. Creo que durante mucho tiempo me daba muchísima timidez decir que yo escribía en contra de algo; creo que sentía que era presuntuoso definirse como alguien en discusión con otro alguien. Mucho miedo, también. Encontrarse como alguien en tensión, como una persona que puede desatar discusiones con lo que dice: es difícil. Sobre todo cuando empezás a ser consciente de que las cosas que te incomodan van a ser incómodas a su vez, van a ser inaceptables, incluso intolerables, para alguien más. Es difícil: cuando tomás plena conciencia de que lo que estás diciendo, para muchas personas, es algo que no va a gustar. Que vas a despertar enojos: escribir es difícil. Me refiero a que, menos explícitamente antes, ahora tal vez con mayor claridad, escribo desde hace mucho tiempo en contra de algo que me enoja, que es la idea que las capitales usan para pensar a las provincias. Me ha incomodado siempre que desde la capital se sostenga el estereotipo de que las provincias son un espacio rural, de atraso. Y escribir en contra de cualquier imaginario de orden no es una forma de escritura que vaya a “deslumbrar”. Decir que en la capital se trata a las provincias como un lugar sin cultura puede ser inaceptable para muchas personas que viven en la capital. Pero es lo que es: me enoja que existan libros que sostienen silenciosamente ese imaginario y que, desde las capitales, se dé por sentado que esos libros –aquellos que hablan de las provincias como un lugar donde se duerme siesta y donde las personas pueden ser peligrosas, un lugar donde se puede encontrar violencia y oscuridad-, son libros que describen a las provincias tal como son. Me enoja porque no es así. La provincia no es el campo y tampoco un matadero donde se puede encontrar la muerte: el campo es un espacio más en la inmensidad de las provincias. Pero no es la provincia. La provincia como ruralidad y como lugar inquietante es apenas una mirada, interesada y política: es la mirada de aquellos autores y autoras que ven a la provincia desde una lente, quizás, atravesada por el imaginario civilización o barbarie. A mí me interesa otra perspectiva: la mirada de la provincia como ciudad.

4) ¿Qué te gusta hacer cuando no estás escribiendo?

Paso mucho pero mucho tiempo con mi familia. Y me gusta ir a nadar.

5) ¿Cuál fue el último libro que leíste y recomendarías?

El año del mono, de Patti Smith.

6) ¿Podrías nombrar a cinco escritores/as que admirás?

Alice Munro, Julian Barnes, Joan Didion, Pasolini y Eduardo Muslip.

7) ¿Por qué escribís?

Porque no sé hablar de corrido. Escribir es la única forma que he encontrado para hablar.



Dejá tu comentario